Cuatro Hojas



Davidopoulos salió a buscar las extrañas hierbas que el médico le había recetado a su amada, por la enfermedad cardíaca que padecía. Ella estaba muy enferma, contínuamente en cama, y sus fuerzas se habían minado considerablemente desde hacía días. El médico, aunque más que a un médico se asemejaba a un curandero, insistió en que sólo habría un tipo de planta que podría curarla: se trataba de un trébol, una hierba que poseía tres hojas con forma de corazón, y que albergaba una extraña magia oculta, que sería la única salvación de la chica.

El jóven, dispuesto a encontrar la cura, se adentró en lo más profundo del bosque, escudriñando cada palmo en busca de un trébol. Pasó todo el día buscándolo, pero no logró encontrar nada. Apenado y cabizbajo, se sentó en la raíz de un árbol cercado, donde comenzó a llorar por haber fracasado en su empeño. Entre sollozos, Davidopoulos logró escuchar algo que se movía entre la maleza; se trataba de una pequeña y diminuta rata, de un hámster, que tenía una pata atrapada por una piedra, y no paraba de patalear y brincar, tratando de zafarse. El chico apartó la piedra, y el animal quedó libre.
"Me has salvado", dijo el hámster sentado delante del muchacho, observándolo con sus enormes ojos negros. "Por haber obrado de forma tan noble, te concederé un deseo" continuó. Davidopoulos, sorprendido por la capacidad del hámster para hablar, expresó que su único deseo era un trébol, aquel que salvaría la vida de su amada. "Concederé tu deseo, dándote este preciado y único trébol de cuatro hojas, que te será muy útil para el propósito que buscas".
Minutos más tarde, el chico emprendió el regreso a casa, con el preciado trébol de cuatro hojas guardado en una bolsa cerca de su pecho.

Era de noche, y comenzó a oir unos extraños ruidos a su alrededor. Decidió correr por el bosque para tardar lo menos posible en volver a casa, cuando algo lo golpeó, cayendo al suelo brúscamente. Una vez se hubo levantado, se vió rodeado por tres extraños seres; éstos poseían cuerpo de serpiente y cabeza de león, y se encontraban rodeándolo, impidiéndole huir.
"No escaparás de aquí; debes entregarnos tu corazón para que lo devoremos, por haber osado entrar en nuestro bosque", dijo uno de ellos. Davidopoulos, aterrado, comenzó a temblar. "Es la hora del sacrificio" gritaron los tres monstruos y saltaron sobre el jóven, que cayó al suelo. "¡Un momento, por piedad!" gritó el chico y, arrancando una de las hojas del trébol, la extendió en su mano hacia las bestias; "¡aquí teneis mi corazón, ahora dejadme marchar!". Confundidas, las tres criaturas pararon en seco, y contemplaron la forma de corazón de la hoja; jamás habían visto nada parecido y, desde luego, poseía la forma del corazón que debían tomar. "¡Vete!" gritaron enfurecidas al unísono.

A la mañana siguiente, Davidopoulos llegó hasta su casa y entregó el trébol al curandero, que fabricó una poción con él. Días después, su amada recobró la salud, gracias a la extraña magia del trébol, y ambos fueron felices juntos para siempre.

Desde entonces, los tréboles únicamente poseen tres hojas, presentando una cuarta sólo para ser encontrados por aquellos puros de corazón, por los osados, por todo aquel que posea un alma noble, premiándoles con la buena fortuna y la dicha.