Morado cacahuete



Despierto sobresaltado en mitad de la noche. Atónito, escucho el suave carraspeo de una respiración justo al lado de mi almohada. Desencajado, mis ojos vislumbran un cuerpo enano bajo una túnica; su cabeza arrugada y verde se mueve lentamente, hasta que los ojos de aquel extraño ser se clavan en los míos. Mi respiración se corta, mis músculos se congelan; lo único que soy capaz de hacer es apretar fuertemente los dedos de los pies, acto de defensa del cuerpo, que creo que en esta ocasión no me servirá de mucho. Entonces aquel me dice lentamente:

-Demasiado vago tú ser, Davidopoulos; los caminos de la fuerza huir de la pereza. Tu entrenamiento imposible es.-

Abrí tanto los ojos ante esta aparición, que uno de ellos se salió de una de mis cuencas y le dio al extraño ser antes citado en la cabeza, haciendo que se desplomase instantáneamente en el suelo. "¡Mierda!" grité, y bajé de un brinco de la cama, con tan mala suerte que pisé mi ojo recién extraviado y caí golpeándome la parte encefalo meridional trasera del cráneo, lo que hizo que perdiese el conocimiento. Cuando hube vuelto en mí, el sol entraba por la ventana de mi cuarto que en vez de ser cuadrada como yo la recordaba de toda la vida, ahora era redonda. Fuí a asomarme a dicha ventana, acercándome progresivamente a ella, hasta que me di un coscorrón con el cristal; claro, no recordaba que tenía un sólo ojo y había perdido la visión en 3D, es decir, la profundidad.
Con mi frente aún dolorida, pude observar con estupor que mágicamente me encontraba en algún extraño buque, surcando el océano, dado que desde mi ventana sólo lograba ver agua y más agua. Alguien me gritaba desde lo que debía ser la cubierta del barco, así que me puse un parche que encontré tirado por el suelo en la cuenca vacía de mi ojo perdido, y subí a ver qué ocurría.

-¿¡Acaso pensabas quedarte todo el día durmiendo, demonios!? ¡Limpia la cubierta, que es lo único que sabes hacer!-. Dijo un extraño hombre de barba blanca y larga, con un loro asqueroso en el hombro, mientras me arrojaba una escoba ( y os preguntaréis, ¿y por qué el loro era asqueroso?...mejor no preguntéis).

Comencé a limpiar la cubierta, hasta que advertí que algo estaba chistándome. Miré hacia los lados, pero no vi nada en especial. "Qué raro..." pensé, y seguí limpiando. Instantes más tarde, algo me hizo un enorme dolor en la mano donde tenía agarrada la escoba, como si me hubieran mordido. Era la escoba, que tenía ojos y boca, la que acababa de morderme, y llevaba todo el rato llamándome.
-Subete a mí y escapemos volando de este barco, Davidopoulos, ¡no lo pienses más!.-

Me subí a aquella escoba y comencé a elevarme muy alto. Tan alto que sentí que podría llegar hasta el cielo, que podría rozarlo con los dedos. Los marineros del barco me gritaban a pleno pulmón, pero yo no podía oírles. A mis ojos ya parecían como pequeñas hormiguitas, mientras seguía subiendo y subiendo camino del sol. Hacía mucho calor, demasiado calor; tanto, que la escoba en que estaba subiendo comenzó a derretirse, mientras ésta me dedicaba improperios no susceptibles de transcribirse en horario infantil. Justo cuando creí alcanzar el cielo me quedé sin escoba y comencé a caer; caí y caí y caí, hasta meterme dentro del mar. Me hundí lentamente en aquellas aguas teñidas de un extraño color morado cacahuete. Cada vez estaba más hondo, y todo era más oscuro, hasta que llegó un momento en que sólo había oscuridad. De repente, una luz cegadora aparece justo a mis pies, deslumbrándome. Consigo distinguir un enorme y descomunal ojo; un ojo luminoso que me mira fíjamente mientras caigo. Entonces oigo una voz "bichito, despierta"
...

Suena el despertador. Me incorporo rápidamente en la cama y lo apago con fastidio. No recordaba que fuera lunes y tuviera que ir a la universidad. Lo cierto es que odio madrugar más que nada en el mundo;¿y si me salto la clase y me quedo durmiendo? Al menos es una opción a tener en cuenta... Me recuesto en la cama con los ojos abiertos a considerar la posibilidad. Debí haberme acostado antes... si lo hubiera hecho ahora no tendría tanto sueño. Me debato entre la pereza y la conciencia. Necesito pensarlo un poco más, no puedo tomar una decisión precipitada. Cierro los ojos para poder dilucidar mejor.
Abro los ojos; un extraño ser de cabeza verde y arrugada me observa justo al lado de mi almohada.