Me dispuse a escribir una de mis portentosas entradas pero, en cuanto hube abierto el explorador de internet presta la interfaz de blogger, se apoderó de mí un sueño horroroso y estrepitoso que obligárame a cerrar los ojos exenta la menor oposición.
Sé que no podría culparme por haberme quedado dormido en aquella situación. De mis marcadas somnolencias a deshoras bien habrían de responsabilizarse los tres reyes magos, culpables éstos de haberme agasajado tiempo atrás con una silla comodísima, extrañamente capaz de narcotizar mi mente. Culpable además el malintencionado inventor del calefactor eléctrico que tan ruidosamente templaba la sala en aquel momento; y digo bien, malintencionado éste pues, por haberle dotado de un sonido unicamente comparable a los etéreos cánticos vespertinos de Morfeo. Por todo este cúmulo de despropósitos barbitúricos, no era de extrañar que pronto me viera inmerso en un profundo océano de sueños, guiados por el rincón más irracional de mi ofuscada mente.
Y una vez hube soñado, desperté sin recordar absolutamente nada.