La pecera está vacía. El pez se marchó y mis ojos no se cruzan con los suyos.
Ya no puedo imaginar en qué estará pensando, ni él podrá saber a ciencia cierta en qué pienso yo.
Y aunque el pez, allí donde esté, pueda imaginar que pienso en ella, sea como fuere únicamente quedaremos yo y mis pensamientos.
Y aunque ella, allí donde esté, pueda saber a ciencia cierta que pienso en ella, sea como fuere únicamente quedaremos yo y mis pensamientos.
Y dos segundos más tarde, ni el pez ni ella: sólo yo.
Yo y una pecera llena de miradas perdidas y de olvido.