Cinco años en Oporto (V)

CAPÍTULO 5

Podría deciros que aquella noche dormí mejor todas las anteriores; podría deciros que sentía pena por marcharme de allí después de tanto tiempo; podría deciros que no echaba de menos nada de lo que dejé aquí; pero os estaría mintiendo. Aquel día simplemente no me levanté de la cama para bajar a desayunar porque no me salió de los testículos; ni a mí, ni a mi compañero de habitación. Era el día en que debíamos recoger para volver a casa, y decidí emprenderlo sin haber desayunado, pero con 30 minutos más de sueño en el cuerpo para mantenerme despierto y no perderme de camino a casa. Había llegado la hora de buscar las miguitas de pan que dejé a la ida.

Nos levantamos a las 10 y media de la mañana, y pronto recibimos la noticia de que había que dejar la habitación a las 11, así que nos pusimos a recoger a toda máquina para que no nos cobrasen un día más de alojamiento. Lo cierto es que fue bastante entretenido porque íbamos todos de un lado para otro, de habitación en habitación, recogiendo todo lo que teníamos desperdigado o, simplemente, para reirnos un rato. Recogí mis cosas en un par de minutos, y fui a la habitación de unos amigos donde me quedé hablando con ellos. Allí nos avisaron de que la dueña del hostal nos dejaba una hora más para marcharnos, que podríamos irnos a las doce si queríamos. Con esto se dio por cumplido el último deseo que le habíamos pedido al hostal mágico, y en cierta medida nos arrepentimos de no haber pedido un millón de euros; la avaricia rompe el saco, pero mi maleta era nueva y seguro que habría aguantado con eso y con mucho más. Casi fue lo mejor del viaje: mi maleta nueva. Me la compré con una amiga y me juré y me perjuré que sería mi maleta de los "muchos viajes" que aún me quedaban por hacer.
Nos fuimos del hostal, al que le dediqué una mirada compasiva; de algún modo supe que no podría olvidar aquel lugar y aquel viaje, por mucho que renegara de él; "hasta de los malos viajes se sacan buenas conclusiones" me dijo una amiga una vez; hasta cuando no te lo parece, idiota, sigues teniendo razón. Caminamos con las maletas y su traqueteo por toda la calle principal, con la vergüenza que eso me hace pasar; odio que la gente se me quede mirando cuando paso como su fuera un turista "despistao", pero sobre todo lo odio cuando lo piensan y no lo soy. Fuimos en metro hasta el aeropuerto, y una vez allí hicimos nuestra particular comida. Un bollo de chocolate, patatas fritas con philadelphia y un par de trozos de pan fue lo que comí aquel día, con la siempre presente idea de los filetes con patatas de mi madre. No fue una gran comida, aunque he de reconocer que las patatas fritas con philadelphia tenían algo especial, algo que he de agradecerle a un supermejoramigo mío, que fue el que inventó la novedosa mezcla explosiva. Fué él mismo con quien recorrí, montado en uno de los carritos para llevar el equipaje, buena parte del aeropuerto de Oporto mientras íbamos saludando a las recepcionistas que se reían a nuestro paso. Tengo que mencionar también a otro amigo mío, con el que estuve charlando y dando una vuelta por el aeropuerto; gracias por hablar conmigo también de ti; dar y recibir, hace a uno sentirse vivo.

Una vez en el avión me senté dos sitios más allá de donde tú estabas. Nada entre nosotros había cambiado; todo fue igual que como si no hubiéramos tenido aquella conversación. No esperaba que cambiase, pero a veces me gusta guardar cierta ilusión porque el mundo me depare algo que no esperaba; hoy todo estaba en el plato del día, y la carta estaba fuera de mis posibilidades.
Cerré los ojos durante un par de minutos y creí haberme dormido. Cuando desperté, ya casi habíamos llegado. Caminamos por la larga T1 hasta llegar al metro, y un par de estaciones más allá nos despedimos todos. Nos dimos dos besos y bajaste de aquel vagón. Contigo se fueron aquellos cinco años; contigo se fue mi necesidad por ti; contigo se fue mi ansiedad, mi nerviosismo, mis falsas esperanzas de volver a encontrar a la chica que hacía tanto que no veía; se fue mi impotencia de no encontrarla, y se fue la amargura de haberla perdido. Cruzaste el andén llevandote éstas, mis últimas lineas; las últimas para tí.

En cuanto las puertas se cerraron miré a mi alrededor y supe, que en ese instante, había vuelto a casa.