Para que nunca dejes de bailar
Cerré los ojos y creí verte bailar una vez más, bañada por la luz de la luna.
Me obsesioné con aquella visión; eras un fantasma, provenías de otro mundo superior al mío. Tus movimientos eran vaporosos y ténues; suaves, guiados por cada nota; tanto, que aparentabas ser tú de la que surgía la melodía. Contenías cada pulso, elegías cada acorde; tú eras lo único que yo era capaz de oir. Tus manos, finas y blancas como el mármol, esbozaban delicados movimientos con cada golpe; tus brazos marcaban su estela, iluminaban el camino que conducía hasta tu cuerpo mientras que, léntamente, continuabas girando sobre tí misma. Tus ojos se clavaban en mi mente; tu mirada traspasaba mi alma, me desnudaba; podías ver dentro de mí, más allá de mí. Yo lo sabía, podía leerlo en tus labios.
Entonces nada parecía importarte; danzabas despreocupada de un lado para el otro, debajo del manto de estrellas que esa noche cubría nuestro parque. Mi mente obnubilada se deslizaba junto a tu cuerpo, a cada paso, grabando a fuego cada segundo de lo que allí compartimos; cada segundo que nos entregábamos el uno al otro.
No supe en qué creer cuando te fuiste; se apagaron las luces que iluminaban el camino que debía seguir. Por eso mandé construir una fuente en mitad de aquel parque, para que continuaras bailando, para que continuaras girando. Edifiqué la fuente más hermosa de todas en tu nombre. La levantaron con enormes bloques de un mármol pálido, capaz de reflejar la luz de la luna como sólo tú eras capaz de hacer. El estanque fue llenado con las lágimas que derramé por tí, aquellas que te pertenecieron una vez, aquellas que aún siguen siendo tuyas. En su superficie resplandecen las estrellas, atrapadas, como todos los deseos que murieron cuando me abandonaste, esperando que algún día vuelvas a devolverlas a tí. Y en lo más alto, tan sólo tú; exactamente igual que aquella noche, observándome.
Años después aún sueño cada día a los pies de esta fuente, clavo mis ojos en ella, inmóvil, para que rodeada de mis lágrimas, tú, noche tras noche, nunca dejes de bailar.