Algo me golpeó brúscamente la cabeza, haciéndose pedazos. Volvía a estar en aquel oscuro bar mientras cuatro gitanos rumanos me urgaban ávidamente en los bolsillos. "¡Me cagon la hostia!", grité revolviéndome y pataleando en esa sucia mesa en la que gasté mis años de juventud. Agarré del brazo a uno de los rumanos como pude e intenté retenerlo sin éxito, tratando de golpearle con lo primero que tuve a mano de todo lo que había sobre la mesa. Por desgracia para mí, metí la mano directamente en lo que parecía ser un plato de cocido, y los garbanzos no resultaron tener una elevada eficacia ni siquiera como arma arrojadiza.
Los rumanos se marcharon, y yo, despojado de mis únicas y escasas posesiones valiosas, logré escabullirme del bar antes de que me hicieran pagar la cuenta de los mediovacíos vasos rotos, y los platos a mediocomer.
Caminé durante horas sin rumbo por la ciudad, en mangas de camisa en pleno invierno. El frío me congeló la sangre, y caló hasta mis huesos. Me senté en un banco cerca de un parque y esperé a que amaneciese. Entonces comencé a llorar.
-¿Por qué lloraba?
-¿Cree que si tuviera respuestas a todas las preguntas estaría aquí con usted malgastando mi tiempo y mi dinero?
-No recuerdo haberle puesto una pistola en la cabeza para hacerle venir, señor Davidopoulos. Es usted el que decide hacer uso de mis servicios como psicólogo.
-Cada vez estoy más convencido de que usted sólo trata de comerme la cabeza... (suspiré y miré al techo durante unos segundos, esperando ver algún ser sobrenatural que me indicase el camino correcto o, simplemente, me sacara de allí volando en alguna escoba parlante y soez). No sé por qué lloraba; supongo que porque estaba tirado en mitad de ninguna parte, y porque me habían robado todo lo que tenía.
-De acuerdo, está bien; por favor, continúe.
No tengo claro cuántas horas debí pasar tumbado en aquel banco. Habría apostado que fueron meses, o incluso años. Permanecí recostado allí hasta que un extraño perro verde con lunares se acercó hasta donde yo estaba, y comenzó a orinar a escasos metros de mi cara. El hedor de su orina consiguió despejarme, pero a la vez hizo menguar mis ganas de vivir. Me incorporé y comencé a acariciar al animal, que llevaba al cuello un collar en forma de moneda con un trébol de cuatro hojas grabado en plata por un lado, y al dorso, el número 37. Entonces nos miramos durante unos segundos fíjamente a los ojos, hasta que me habló.
-¿Le habló?
-Sí, me habló.
-¿Le habló un perro?
-Sí, y su voz era suave y melosa...
-Y... ¿qué le dijo?
-Es coña, me estoy quedando con usted; ¿cómo me va a hablar un perro? Por quién me toma, ¿por un loco?
-Si va a estar jugando, no podré hacer mi trabajo...
-Es usted un pringao, ¿eh?
"¡Fuera, chucho!" grité, y el animal se fue corriendo. Volví a recostarme sobre el banco, hasta que vi que el perro se alejaba con algo en la boca; era mi cartera. No sabía cómo, pero ese maldito chucho tenía mi cartera. Así que me levanté y comencé a correr detrás suya hasta que lo perdí.-Debería apuntarse al gimnasio, está usted oxidado.
Acabé en medio de un parque, justo delante de una enorme fuente; pero esta vez no estaba solo. Apoyada sobre la fuente y mirándome fíjamente había una mujer espectacular ataviada con un vestido rojo. Me hizo señas con el dedo para que me acercase, así que lentamente fui caminando hacia donde ella se encontraba. Cuando llegué a su altura, clavó sus profundos ojos en mí, me agarró de la camina y me empujó hacia ella. Nos besamos; jamás había experimentado un beso igual. Era dulce y embriagador a la vez ; me dejé llevar por ella, por sus labios... por su cuerpo... El frío desapareció de mí, y cada vez fui sintiendo más calor. Ella dirigió mis manos hacia los tirantes de su vestido, que se deslizaron lentamente por sus hombros. Y entonces...boom.
-¿Boom?
-¿Está palote?
-No sea vulgar, por favor se lo pido. Ayúdeme a hacer mi trabajo, ¿quiere?; ¿qué significa ese boom?
-Abrí los ojos y tomé aire; me encontraba dentro de la fuente. Debí haberme caído o algo así. No había ni rastro de la chica, quizá tan sólo fue una ilusión. Allí estaba yo, en mitad de la noche y bañándome en una fuente pública. (Suspiro de fracasado)
Necesito ir al baño.
-Claro, es la tercera puerta a la izquierda.
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Caminé por aquel largo pasillo de la clínica, hasta que llegué a la puerta de los servicios. Del lavabo de chicas salió una niña pequeña, rubia, de ojos azules, y vestida completamente de un blanco inmaculado. "Pringao", murmuró. Sostuve la puerta del baño de caballeros mientras la observaba alejarse por el corredor. Negué con la cabeza y entré en la habitación con gesto de resignación... hasta las niñas olían a los fracasados... Entonces alcé la cabeza; una atractiva mujer estaba sentada en el lavabo, mientras me miraba fíjamente. Llevaba un sobrecogedor vestido rojo.