Todo al negro
Ayer fui a ver la cabalgata de los reyes magos. No es que fuera gran cosa pero, como todos los años, estaba llena de un montón de caritas sonrientes de niños entusiasmados por ver a los extraños hombres que, mágica y desinteresadamente les dejan un montón de regalos cada 6 de enero. Majestuosos viejecitos que trabajan únicamente una vez al año, y que recorren todo el mundo en una noche repartiendo presentes con la mera intención de hacer a la gente feliz.
Y es que a estas pequeñas criaturitas lo mismo les da ver a sus majestades por la tele y que en cuestión de minutos estén recorriendo las calles de su municipio, o que el más varonil de los reyes de oriente parezca una mujer pintada de negro. Barbas despegadas, extraños pajes que arrojan caramelos con publicidad, o camellos con ruedas; todo vale. Todo es posible para ellos, porque todas las preguntas se solventan con una única respuesta universal "porque son magos". De pequeños esta respuesta nos valía para tener fe en todo; ¿en qué momento dejamos de creer?
Esta como ya tantas otras, ha sido una de esas noches en que me resulta imposible conciliar el sueño. Después de dar eternas vueltas en la cama y cuando me parecía estar ya vagando por el limbo rumbo a los dominios de morfeo, escuché unos golpes provenientes del salón de mi casa. Me levanté en silencio y fui caminando muy despacio por el pasillo que me llevaba al salón. Cuando entré allí, me encontré al rey Baltasar con un enorme saco rojo lleno de regalos, entrando por la terraza del piso donde vivo. Obviamente no estaba sólo vagando por el limbo, por lo que parecía.
-¿Tú no deberías estar durmiendo?- Dijo el rey mago.
-¿Usted no debería tener una orden judicial para entrar en mi casa?- Contesté hábilmente, gracias a mi experiencia en múltiples capítulos de CSI.
-Soy mago, no la necesito.-
-Amm... si me lo dice tan convencido, supongo que le creeré. Usted quién es, ¿Baltasar?.-
-El mismo.- Dijo mientras comenzaba a rebuscar en su enorme saco rojo.
-Ya... ¿me deja ver su pasaporte, por favor?-
-Niño, ¿sabes de qué color tengo los genitales?- Respondió con un tono cortante.
-No hay más preguntas, señoría; al fin y al cabo, supongo que esto es un sueño, así que... si usted quiere, actuaré como si no lo fuera- Me senté en un sillón de mi casa, y esperé a ver lo que sacaba del saco. -Pensé que en realidad no existían.-
-¿Cómo?.-
-Ya sabe, que son los padres. Que los padres van a los centros comerciales y compran los regalos para los niños. Y ustedes son solo un cuento de hadas. Mis padres se han gastado un dinero en regalos para toda mi familia, ¿por qué lo han hecho si en realidad son ustedes los que dejan las cosas en navidad?.-
-Eso es porque nosotros no repartimos cosas materiales. La leyenda dice que los reyes magos reparten ilusión y felicidad a los niños y los no tan niños; ¿de verdad crees que una colonia te hará ser feliz?; ¿o una corbata?; ¿un coche, tal vez?; vamos, mírame a los ojos... creo que este año has aprendido muchas cosas y esta es una de ellas. Lo que nosotros traemos no se puede pagar con el dinero, ni se puede acarrear con las manos; lo que nosotros traemos se guarda en el alma, hijo; se vive con ello.-
No sé exactamente cuántos años tendría el señor Baltasar de mi sueño, pero por la forma en que sus ojos se posaban en mí, me dio la impresión de que éstos debían llevar siglos mirándome.
-Nosotros no regalamos nada de eso; es más, no les llevamos juguetes a los niños. Tan sólo les hacemos llegar la ilusión en esta mañana; en realidad sonríen sin importar que no hayan recibido aquello que pedían; ¿o no recuerdas cuando tenías 8 años?.- Esbozó una sonrisa de esas que aparentan saberlo todo en su rostro, que fue a comulgar con la mía.
-...entonces...¿viene a traerme ilusión o algo así?-
-Vengo a traerte esto.- Y sacó del saco un pequeño cofre de madera.
-Vaya, qué cofre más chulo... es muy bonito, en serio. ¿Qué tiene dentro? Oh, vaya... no tiene nada dentro; ...qué raro... qué idiota soy, para ser mi sueño, ya se me podría haber ocurrido algo mejor. ¿Esto es todo lo que venía a traerme? Lo cierto es que no me siento mejor; el cofre es muy bonito, sí, pero no siento ilusión, o alegría.
-El cofre no tiene nada dentro; eso puede ser porque quizá el que deba llenar el cofre con algo más que simples objetos seas tú... quizá tú mismo seas ahora como ese cofre, y el verdadero regalo consista en llenarlo de algo que te llene a tí mismo. Dices que estás soñando; si quieres un consejo, chico, comienza por llenar el cofre de fe. Ahora debo irme, tengo muchas casas más que visitar.-
Lo cierto es que en esos momentos me encontraba un poco perdido con la situación; sabía que era un sueño, pero en el fondo parecía demasiado real.
-....Oiga, antes de que se vaya, ¿de verdad le da tiempo a viajar a millones de lugares del mundo en una sola noche?-
-Claro, soy mago, ¿recuerdas?-Dijo el hombre dedicándome un gesto de complicidad. -¿No te parece que ya es hora de volver a creer, igual que cuando eras un niño?-
-Supongo...- Sonreí y cerré el cofre.
Baltasar se marchó y yo dejé el cofre en el escritorio de mi habitación y, un tanto perdido, volví a acostarme, para extrañamente continuar soñando.
Esta mañana me he despertado algo mareado. Mi madre me llamó un poco pronto para mi "horario de amanecer" particular, y me dijo que me levantara, que habían venido mis hermanos con la familia. Me incorporé en la cama, y me froté la cara con las manos; todo lo que había soñado la noche anterior estaba borroso. Lo recordaba como si hubiera sido extrañamente real. Miré al escritorio, pero allí no había ningún cofre; "qué raro, coño, ¿me estaré volviendo loco?... creer en los reyes magos... cada vez estás peor, joder". Me levanté, me vestí, y cuando fui a salir de la habitación para saludar a mis hermanos apareció mi madre delante de la puerta; llevaba algo en las manos.
-Oye, ¿la cajita esta tan mona es un regalo para tus hermanos o es de alguien que te la ha regalado a ti?; porque yo no te la había visto antes...-
-¿Cajita...?-
Ahora dudas, afirmaciones, y extrañas reflexiones pululan sin control por mi cabecita perturbada. ¿Creer o no creer?, qué pregunta tan díficil. En este momento tan sólo tengo una cosa clara; ¿que si apuesto? yo sí: todo al negro.