La hora de las brujas


Inmóvil, encorvado en un rincón, trato trastornadamente de ocultarme de sus sombras proyectadas en la pared de mi cuarto.
Ellas me buscan en la oscuridad, tras mi ventana.
Ellas vuelven cada noche hasta mí desde el infierno, para cobrarse lo que una vez le vendí al mismo demonio.

Ya perdí mis ojos; caí en la ceguera a cambio de que tu imagen nunca pudiera borrarse de mis ahora pupilas muertas. No renegué de haberlo hecho; nada que alcanzara a ver podría ser más bella que tú.
Vendí mis oídos por noches de silencio, en las que no volviera a torturarme el susurro de tu voz con un "adiós" hueco, ni los ecos de tu llanto estremecieran cada uno de mis apagados sueños rotos.
A cambio de mi voz pude encerrar en mí cada una de las palabras que nunca te dije; todo aquello que debiera haber sido tuyo, enmudeció cuando te perdí. Mi voz sin tí, tan sólo era ruido.
Mi boca ya no siente nada que no sea el embriagador sabor de tus labios; ni el más dulce de los licores me habría hecho olvidar; ni años del más amargo de los olvidos hubiera sido suficiente para apartarte de mi mente.
Maté mi olfato que inhalaba cada uno de tus suspiros; elegí conservar para siempre el aroma del deseo, la fragancia de tu cuerpo cálido en contacto con el mío, llenar mis vacíos pulmones de tí; en soledad nada podía apagar el olor a sal de mis lágrimas perdidas a ninguna parte, y el sudor frío de mis noches de vigilia.
No soy capaz de sentir; elegí perder el tacto. Nada volvería a hacer que mi piel se erizase si no eran tus caricias; sin tí cada palmo de mi cuerpo se volvería escama.


Ya pagué por todo aquello; ellas lo saben tan bien como yo; tan sólo les queda una cosa que arrebatarme, tan sólo una cosa por arrancar de mí...
Cada noche se presentan a la misma hora maldita; aguardan paciéntemente tras mi ventana, esperando arrastrarme con ellas al infierno; esperando arrojarme en sus llamas; llamas que consumirán mi alma a cenizas que, sin tí... serán tan sólo polvo.