-Así que fueron todo el camino en silencio, uno al lado del otro. Ella no le miró directamente; no se dirigió a usted. No mostró ningún gesto de complicidad que le pudiese hacer pensar que de verdad quería de alguna manera su presencia allí. Y por su parte, Davidopoulos, usted tan sólo fue capaz de dedicarle miradas furtivas; "miradas que morían ahogadas en las lágrimas que resbalaban por su rostro", me escribió en la entrevista previa a nuestra cita.

-...- Guardé silencio, con la mirada perdida en algún lugar de la moqueta de aquel cuarto.

-Si me permite el comentario, diría que, conociéndole, esas miradas no eran lo único que moría en aquel vagón...- El psicólogo suspiró, y volviendo a su cuadernillo de notas, continuó leyendo con tono condescendiente. -No obstante, usted decide saltarse su parada y permanecer con ella una media hora más, en silencio, acompañándole hasta cerca de su domicilio.-

Hizo una pausa, se quitó las gafas, y se dirigió a mí mirándome fíjamente.
-Dígame... ¿por qué lo hizo?; ¿por qué no se fue cuando llegó a su estación?-

-Porque quizá hubiese algo que ella quisiera decirme, y sus palabras únicamente encontrarían a su destinatario si yo me quedaba allí; quizá ella necesitase abrazarme, y sólo podría hacerlo si yo permanecía a su lado; quizá simplemente con una mirada ella pudiera haberse sentido mejor, igual que me ocurrió a mí tiempo atrás; tan sólo la posibilidad merecía que mis ojos estuvieran allí para los suyos. Creí que me necesitaba, especialmente entonces; y desde luego yo también la necesitaba a ella.-

-¿Algo de aquello se cumplió?- Dijo sin apartar en ningún momento los ojos de mí, con un tono de voz algo temeroso.
...
-¿Davidopoulos...?-


Fue entonces cuando alcé la vista... y sonreí.