Noche de sábado

Los sábados parecen haberse convertido en el preludio perfecto de los domingos. La noche se me antoja interminable y tediosa. Lo cierto es que me reconcome un sentimiento de decepción propia. Algo en mi cerebro me dice que debería estar ahí fuera, con el resto de chicos y chicas, pasándomelo bien... o algo así. A lo mejor es que no le tengo aprecio a nada, o que no valoro nada... a lo mejor es cierto que estoy malgastando mi juventud aquí, en vez de salir... o a lo mejor es que hay una parte de mi cerebro que aún cree que debo actuar como los demás y formar parte del rebaño en vez de hacer lo que me venga en gana, igual que cuando tenía 13 años...
Bla, bla bla...

Ni yo arreglaré el mundo aquí soltando mierda, ni me lo vais a arreglar vosotros, así que consumaré mi vuelta al blog con uno de esos post raros que tanto os gustan... o con el post que se me ocurra aunque no os guste. Me aprovecharé que ahora me lee menos gente para darme más rienda suelta
Que lo disfrutéis.




Esto era una vez un chico guapo, rico y bueno que estaba una noche de sábado en su casa viendo lo mal que funcionaba la nueva interfaz de blogger, cuando de repente escuchó un grito en la calle. "Oh, dios mío" pensó, "¡puede que sea una bella dama de grandes senos en apuros!". Así que se levantó raudo y veloz de la silla que tiempo atrás le habían traído los reyes magos, y salió rápidamente a la calle en busca del origen de aquel alarido desesperado de fémina en peligro.

Cuando hubo bajado al portal, se encontró con una niña pequeña ataviada con la camiseta del club Atlético de Madrid, sentada en el poyete (o poyo pequeño) de la puerta de entrada a la comunidad de vecinos en que vivía. La niña estaba llorando a pulmón broken, así que nuestro protagonista, Davidopoulos, se sentó a su lado para tratar de consolarla.
-¿Has sido tú quien ha dado ese grito de muerte hace unos instantes?- dijo el chico.
-Sí, he sido yo- contestó la niña sin dejar de llorar.
-¿Y por qué lloras, corazón?-
-Porque el Barça no pierde nunca... ¡y le acaba de meter 5 goles al atletiiiiiiii!- dijo entonces la pobre criatura soltando lágrimas de forma descontrolada como una bendita.
Davidopoulos no podía ver tanto sufrimiento infantil junto, lo cual provocaba que se le rompiese el corazón de cabritillo que tenía en el pecho. Por este motivo, cogió a la niña entre sus brazos y, meciéndose levemente de un lado para otro, trató de consolarla diciéndola que no se preocupara, que pronto el Barça perdería como todos los equipos de la liga y que, aunque ahora no fuera así, el apasionante y vibrante mundo del fútbol no era motivo para llorar de esa forma tan inaudita.
Minutos después ella dejó de llorar, aunque sus ojos siguieron vidriosos. Davidopoulos la acompañó hasta su casa, y luego emprendió la vuelta ahogándose en un mar de pensamientos inocuos.

Era cierto que el Barça no perdía nunca y que la niña, por el hecho de ser niña, tenía todo el derecho a sentirse mal por ello. Aquella experiencia le había dejado un dolor profundo y amargo en el alma a nuestro protagonista, que no podría descansar hasta ver sonreír a la pobre chica, presumiblemente con una derrota del club blaugrana. Pero, ¿cómo conseguir que perdiera el Barça, con el super-equizapo que tenía? Fue entonces cuando las ideas brotaron de su cabeza como los geranios de los trocitos de algodón del cole.

Davidopoulos fue corriendo hasta su habitación, abrió la puerta rápidamente y sorprendió a Pericles (versión mono) viendo un documental de orangutanes en celo. "¡Dios mío Pericles qué haces!" gritó, mientras Pericles, nervioso, golpeaba el teclado de forma descontrolada, emitiendo gritos simiescos o simiudos (he decidido que se puede decir de ambas formas), en un desesperado intento por cambiar de pantalla. Tal fue el susto y el shock de Davidopoulos, que éste cerró la puerta asustado a más no poder y salió corriendo de la habitación.

El chico anduvo un rato desorientado; sabía a quién tenía que buscar para llevar a cabo sus malvados planes, pero no sabía cómo encontrarle. Anduvo y anduvo y anduvo, hasta que por fin encontró un gato callejero en las lindes de uno de los jardines cercanos a su casa. Corrió detrás del gato aproximadamente 347,64 metros hasta que, con mucha maña y determinación, consiguió atraparlo. Davidopoulos miró fijamente a los ojos al gato, y el gato le devolvió la mirada, desafiante. Entonces, con toda la fuerza de titán loco que era capaz de aunar, Davidopoulos lanzó al gato hacia el cielo estrellado de aquella noche, soltando al mismo tiempo un grito de odio y frustración hacia el mundo felino. El resultado deberíais imaginároslo: ¿qué pasa cuando juntas un gato y las estrellas? Pues está claro, que el animal se convierte en un gato cósmico. Doraemon apareció delante de él, cayendo del cielo con las patas "pa bajo". Aquel ser extrañamente azul y de cabeza esférica miró a nuestro aguerrido protagonista y le dijo "¿qué quieres?" pero en japonés, lo que hizo que Davidopoulos no entendiera nada y pusiera cara de póker, especialmente de pareja de doses. Minutos después, y traduciéndose gracias a los inventos del futuro de Doraemon, Davidopoulos le explicó al androide su fantástico plan para hacer sonreír a la pobre niña del atleti, al cual el engendro demoníaco engullidor de dorayaquis aceptó de buen agrado asesino.

Davidopoulos utilizó una especie de poción mágica para hacerse más joven, unas zapatillas de Nike Generators Destructor FullPower 90.000 del futuro que jugaban solas al fútbol para hacerse más bueno, unos gallumbos Calvin Klein para hacerse más guapo, y una máquina que adivinaba el número de la lotería para hacerse más rico. Con todo esto, tenía asegurado ser como Cristiano Ronaldo en el futuro y, ¿qué clase de club disparatado y estúpido no querría tener a Cristiano Ronaldo en sus filas? Con todo esto viajó al pasado y se apuntó en los juveniles del fútbol club Barcelona, asegurándose el hecho de proceder de "La Masía" para tener un seguro cuando llegara la era Pep Guardiola.
Pasó el tiempo, y Davidopoulos deslumbraba más que Messi, que era un malo y un rancio comparado con él, además Messi era feo y con un acento argentino chusta, que apenas se le entendía nada, por lo que el Barça no dudó en hacerle un contrato blindado con el primer equipo, darle una camiseta con el 7 a la espalda y serigrafiarle "Dopoulos" encima de la publicidad a Unicef que, no sabemos por qué, no podían quitar de la camiseta, aunque acabasen llevándola en el culo. Por desgracia para la entidad blaugrana, Davidopoulos nunca llegó a jugar, ya que fingió una lesión super-horrible que le tuvo años apartado de los campos de fútbol. El tiempo pasó mientras que Davidopoulos, el gran fichaje nunca descubierto, veía los partidos por la tele, muy astutamente, para no interferir en el equipo y cambiar lo justo de la historia.

Pronto llegó el partido del Barça contra el Atleti, y nuestro Davidopoulos fue a ver cómo el Davidopoulos de la linea temporal alternativa, es decir, el Davidopoulos del tiempo real, consolaba a la niña porque el Atleti había perdido por cinco goles. Pero claro, no pudo saludar al otro Davidopoulos porque si uno se ve a sí mismo en el pasado, podría volverse loco o incluso romper una linea temporal mística del tiempo y dejar de aparecer en las fotos como Mc. Fly en "Regreso al futuro". Davidopoulos se sintió muy mal al volver a ver a la pobre niña llorar, pero se animó a sí mismo ya que por fin iba a conseguir culminar su malvado y despiadado plan después de tanto tiempo de tramar y urdir en lo solitario de su alma.Y es que había llegado el momento de dejar de fingir su lesión y empezar a jugar con el primer equipo después de una larga temporada de incapacidad para el deporte de élite.
Una semana después, Pep Guardiola tuvo una conversación con Davidopoulos en la que expresaba su deseo de verle debutar con la camiseta blaugrana, y unirse a jugadorazos como Xavi o Iniesta. Como agradecimiento a la apuesta que depositaba en su persona, Davidopoulos hizo de estilista de Pep, aconsejándole muy sabiamente el no volver a llevar camisas de manga corta con cortaba nunca más. Así, ambos quedaron en paz. Davidopoulos saltó al césped del Camp Nou el 16 de octubre de 2011, contra el Racing FC, pero lo hizo sin sus botas mágicas futboleras, es decir, sólo con su talento natural para el fútbol. Aunque he de decir que no lo hizo mal del todo, aquella noche Davidopoulos perdió todas las pelotas que cayeron en sus pies, falló todos los pases, se metió un gol en propia meta y le pegó una patada en el tobillo a Messi (aún no sabemos si intencionada), lesionándolo durante toda la temporada, en la cual acabaría ganando todos los títulos el Real Madrid. La afición se le echó encima, el club rompió todo contrato con él, y el ridículo tan espantoso de su debut hizo que el precio de cotización de los minutos televisivos del Barça bajase mucho. Todo esto, y lo que fue más importante, Davidopoulos consiguió con su torpeza que el Barcelona perdiese un partido por primera vez en mucho tiempo.


No pudo verlo, pero se lo contaron. Aquella niña tuvo durante una semana la más radiante de las sonrisas, y su cara expresaba una felicidad verdaderamente arraigada en el corazón. Ella nunca quiso volver a ver a Davidopoulos porque pensó que era un ferviente seguidor blaugrana, pero al menos el chico después de todo tuvo constancia de que le había hecho sonreír.

Es curiosa la sensación de ver cómo todo el Camp Nou te silba, cómo te pitan porque no te quieren ni ver... hasta qué punto se llega a odiar en el fútbol, hasta qué punto consigue sacar lo peor de uno mismo. Esto fue algo que Davidopoulos nunca pudo explicar en el único partido de fútbol profesional que jugó. Por eso, cuando los comentaristas de la tele se acercaron a él para preguntarle si había escuchado los pitos en su debut, el chico, recordando la ayuda del extraño gato cósmico e imaginando la sonrisa que tendría en los labios aquella niña pequeña, sólo pudo contestar una cosa: "¿Los pitos? Sí, los he oído, ¿sabes por qué me pitan?; me pitan porque soy bueno, guapo, rico... y qué cojones, porque tengo mucha, mucha imaginación".