Para todo dolor





No podía recordar el tiempo que llevaba sentado en aquel banco. Había pasado toda la tarde allí, y le había resultado eterno, como si en aquel lugar, bien conocido por él, el tiempo se detuviese. Tanto es así, que cuando por fin se decidió a abandonarlo, sintió haber envejecido.

Davidopoulos se levantó, aún ausente, y comenzó a caminar. La sensación que le envolvía le era especialmente familiar. Por su mente vagaban perdidos innumerables pensamientos. Todo aquello cuanto quería, cuanto debía, o cuanto se esperaba. Todo aquello con lo que soñaba, con lo que una vez soñó, o con lo que algún día esperaría poder soñar. Todo aquello que era, todo lo que fue, y todo lo que, simplemente, no pudo ser.

Anduvo caminando durante horas, hasta que encontró una farmacia. Llevaba horas cerrada, pero atendían las 24 horas desde una pequeña ventanilla situada en uno de los laterales del establecimiento. Davidopoulos llamó al timbre, y aguardó. Unos instantes después, una joven apareció detrás de la ventanilla.

-¿En qué puedo ayudarle? -Dijo ella con voz cansada.
Estaba bien entrada la noche, y presumiblemente la chica aguardaría pacientemente el momento de volver a casa y poder dormir.
-He tenido un pequeño accidente, me duele horriblemente parte de la mano derecha, debe ser un tirón o algo similar, no lo sé; me preguntaba si tendríais algo para paliar el dolor.
-Espere un minuto -respondió ella. La joven se retiró a la trastienda y volvió unos segundos más tarde- Mira, tengo esta pomada, te ayudará con el dolor pero debes guardar reposo. ¿Deseabas algo más?
El chico dudó pensativo durante unos segundos. Ya que estaba en la farmacia, debía aprovechar.
-Me duelen los pies; he estado caminando durante horas. ¿Tendrías algo para el dolor de pies?
Ella volvió a desaparecer, y regresó al poco tiempo con otra pequeña caja en las manos.
-Esta otra pomada te ayudará con eso. ¿Qué más te duele, eh? -Ella sonrió. Su gesto ahora era amable y su tono tomaba un cariz empático. En ella había algo ahora sencillamente diferente.
Davidopoulos permaneció inmóvil durante unos instantes, mientras ambos se miraban a los ojos. "¿Qué más te duele?" Aquella pregunta le dio qué pensar. Quizá.
-¿Estás bien? -repuso ella, sin apartar la vista del chico.
-Sí, sí, perdona...
-Entonces dime, ¿te duele algo más?
Davidopoulos bajó la vista, inmerso en sí mismo. Instantes después, volvió a cruzar su mirada con la de aquella joven, entornó los ojos, y prosiguió:
-Bueno me preguntaba si quizá tuvieras alguna otra pomada ahí dentro. Quizá una para mi dolor de cabeza ante el vacío de mí mismo. Quizá una que pudiera aplicarme para poder conciliar el sueño a cada noche, sin esperar nada más. Una pomada para empujarme a todo aquello que debo ser, a todo cuanto aún hoy, después de tanto, temo enfrentar. Una pomada para vencer el miedo que me produce el futuro, la confusión del presente, y los errores de mi pasado. Una pomada para burlar el desánimo. Quizá una pomada para creer, para soñar.
Ella lo miraba condescendiente, y su gesto estaba marcado ahora por una incontenible tristeza. -¿Tendrías algo así? Una pomada que sirviese para todo dolor... ¿una pomada para el alma quizá?

Inmóviles, ambos permanecieron mirándose a los ojos.
Guardaron silencio.