- ¿Y si te confiara mi alma? Ya sabes, si la dejara a tu cargo durante el tiempo que esté fuera... Tú... ¿tú la guardarías por mí?; ¿te encargarías de que no le ocurriese nada?
- Lo haría encantado.
Ella sonrió. Acto seguido se abalanzó sobre mí, y me abrazó. Sus brazos se asieron con fuerza a mi cuello. Y yo le devolví el abrazo.
Su pecho temblaba, podía sentirlo al contacto con el mío. Su respiración, alterada y precipitada, se entrecortaba en lo que parecía ser el presagio de las lágrimas. Ella apretó su rostro fuertemente contra mi hombro, negando suavemente, como si tratara de hundirse en él. Entonces fue cuando comenzó a llorar.
No recuerdo el tiempo que estuvimos allí; tan solo los tonos rojizos del atardecer apagándose en el horizonte.
Guardé su alma en una pequeña caja de zapatos, y la coloqué en el fondo de mi armario, a salvo, allí donde nunca nadie pudiera descubrirla. El tiempo pasó, y sus lágrimas se evaporaron de mi hombro.
Ella jamás volvió.
Y aún hoy, mientras contemplo su alma, sé que, de alguna forma, ella ya sabía que no iba a volver.
- Lo haría encantado.
Ella sonrió. Acto seguido se abalanzó sobre mí, y me abrazó. Sus brazos se asieron con fuerza a mi cuello. Y yo le devolví el abrazo.
Su pecho temblaba, podía sentirlo al contacto con el mío. Su respiración, alterada y precipitada, se entrecortaba en lo que parecía ser el presagio de las lágrimas. Ella apretó su rostro fuertemente contra mi hombro, negando suavemente, como si tratara de hundirse en él. Entonces fue cuando comenzó a llorar.
No recuerdo el tiempo que estuvimos allí; tan solo los tonos rojizos del atardecer apagándose en el horizonte.
Guardé su alma en una pequeña caja de zapatos, y la coloqué en el fondo de mi armario, a salvo, allí donde nunca nadie pudiera descubrirla. El tiempo pasó, y sus lágrimas se evaporaron de mi hombro.
Ella jamás volvió.
Y aún hoy, mientras contemplo su alma, sé que, de alguna forma, ella ya sabía que no iba a volver.