Las cenas copiosas, los villancicos, los interminablemente aburridos programas de televisión, las luces del árbol de navidad, el turrón, los días de fiesta y hasta los eventos familiares. Todo me sabe a poco. Quizá sea porque, ahora que me estoy haciendo viejo, los recuerdos navideños de la niñez (o la niñez en si) suponen para mí un listón que nunca podré alcanzar de nuevo; quizá, simplemente, que hay algo que me falta para que todo acabe de encajar. Sea lo que sea, el sabor sigue siendo igualmente amargo.
Mientras tanto cotinuamos remando, conscientes de alejarnos cada vez más de la orilla.