Los lunes al sol



          Desperté en mi cama. Solo. Me dolía la cabeza, por lo que supuse sin ninguna dificultad cerebral e intuitiva, que alguien habría debido darme con un objeto contundente en la cabeza durante mi pasada época vespertina, provocándome para mis adentros un período de inconsciencia temporal. Algún hijo de puta, pensé. Me incorporé rápidamente en mi cama, justo en el momento en que una forma humanoide atravesaba la puerta principal de mi habitación produciéndome un contenido ataque nervioso y de ira. "Hola" dijo con recochineo el extraño ser de color verde planta, escuchimizado, con el pelo muerto, ojos enormes y sucios, y unas manos viscosas de dedos alargados como los penes característicos de hombres de raza negra. En ese mismo momento que el puto ser andrógino que se encontraba de pie en mi puerta violó mi intimidad y mi santuario personal, caí en la cuenta de que aquella cosa no tenía respeto por nada. El extraño espécimen me contrarió. Acto seguido me inspiró pena. Acto seguido me inspiró envidia. Acto seguido me inspiró para un libro. Acto seguido me inspiró asco. Entonces fue cuando decidí, sin atisbo de duda alguno, aferrarme al arma de fuego que todos los norteamericanos guardan bajo la almohada y dispararle repetidamente en el recinto craneal. Instantes después, mientras el bicho yacía en el suelo y atravesaba el infierno galáctico, y sin yo sentir absolutamente nada, me volví a acostar y me dormí.

          Desperté en mi cama. A las puertas de mi habitación había lo que a priori parecía un alien muerto. No recordaba cómo había llegado hasta allí. Creí haber matado a aquel monstruo, aunque no lo recordaba a ciencia cierta, por lo que ante la incipiente duda me sentí triste y apenado. Me vestí, desayuné leche con galletas príncipe, fui a una tienda de libros, subí hasta la sección de autoayuda y comencé a leer. Retwiteé todas las frases que me parecieron alta, estúpida y falsamente moralizantes, y cuando llegué a los 20.000 followers me sentí mucho mejor. Tanto es así, que decidí colgar una foto mía con la más radiante de mis sonrisas en facebook. Todo el mundo me comentó estupideces que no me importaban una puta mierda. Posteriormente la colgué en tuenti. Todo el mundo comentó estupideces a mi espalda que no me importaban una puta mierda. Apagué los datos del móvil, fui a los baños del establecimiento, y arrojé el aparato al interior del Inodoro del Destino, que desapareció chillando y blasfemando mientras viajaba cañerías abajo. Había perdido "Whassapp" y sus emoticonos, y ahora me sentía más sólo que nunca en este mundo de núcleos cerebrales que tratan de imitar a otros núcleos cerebrales. Yo ni era un núcleo ni tenía cerebro. Tan solo andaba perdido.

Salí de la librería, caminé durante horas que parecieron días que parecieron semanas que parecieron meses que parecieron ciclos astrales, y me senté en un banco en un parque cualquiera. Había olvidado qué día era hoy, así que me acerqué a un perro que meaba en un árbol. "¿Disculpe, podría decirme qué día es hoy?" le pregunté al ejemplar canino. Luego recordé que los perros no sabían hablar. Qué putada.
Volví a mi banco y me recosté. "Yo sé qué día es hoy..." dijo suave y timidamente el banco del parque. "Y a quién le importa", respondí con toda la bordería y el desprecio que mi corazón era capaz de ahunar.

          Estaba nublado. Como no tenía nada que hacer con mi vida y lo que tenía que hacer no me resultaba ni siquiera míseramente gratificante, decidí prestar atención a la gente tan dispar que pasaba por delante de mí y de mi vergonzoso banco parlante. Un hombre barra vendedor ambulante con un carrito lleno de chicles, pipas, chocolatinas y gominolas se detuvo durante unos instantes a escasos metros. Le oí hablar por el móvil "... los chicles están duros, las pipas rancias, las chocolatinas derretidas y las gominolas no saben a nada... pero a mí me gustan así, ¿por qué al resto del mundo no?". Aquello me dio qué pensar. De soslayo, continué escuchando la conversación en busca de más sabiduría callejera, pero el resto fue de contenido sexual altamente censurable, por lo que no lo incluiré aquí. Cuando el vendedor se hubo ido, apareció un hombre con un gorro de esquimal y una estufa en la mano. Él ni siquiera me miró, sino que continuó andando como si su aspecto fuera completamente normal en una civilización civilizadamente civilizada como es la nuestra, por lo que no le daré más importancia en estas lineas que la que se merecería un simple suceso casual e inesperado.

Cuando creí que moriría de tedio sentado en aquel banco, antiguo psicólogo del blog apareció y quería luchar. Se sentó a mi lado en el banco parlante sin amigos. El hombre de los psicotrópicos venía acompañado de un particular mono que me resultaba extrañamente familiar. De haber tenido que vaticinar un nombre para el animal, habría respondido sin dudar: "Pericles".
          -¿Cómo te va?- Preguntó el psicólogo sin mirarme a la cara en ningún momento.
          -Bueno... supongo que no me puedo quejar.
          -Tú siempre te quejas.
          -Eso dicen.
          -¿Y les crees?
          -¿Les creería usted?
En ese momento un cubo de rubick pasó corriendo por delante de mí, con sus pequeñas patitas y sus pequeños bracitos moviéndose de forma acompasada, quasi hipnótica. El mono hizo ademán de ir tras el cubo, pero el psicólogo lo evitó agarrándole de la mano izquierda. En ella, el simio llevaba un reloj de sol. "Inútil, dado que estaba nublado", pensé. Me asombré de mi capacidad cognitiva. Instantes después, escuché un tropel de gente aproximándose a mí desde todas partes.
Suspiré.
De repente, mi psicólogo sacó una pequeña linterna del bolsillo de su camisa y me apuntó con ella directamente a los ojos.
-Que sea rápido- dije.
-Tranquilo, no te dolerá- respondió él.
Aquello me resultó excepcionalmente molesto. Tan molesto como un puto alien sin respeto por nada, una mierda de libro de autoyuda, las redes sociales, o... un reloj despertador.

          Desperté en mi cama. Solo. Un único rayo de sol entraba desde la más remota y recóndita rendija de la persiana de mi cuarto, e iba a parar casual e improvisadamene a mis ojos. Miré el calendario. Era lunes. Era lunes y había salido el sol. Un lunes al sol.



Aporrearon mi puerta sin decir una palabra. Mi padre, para que me acueste. Agaché la cabeza, publiqué la entrada que me pareció absurda y con un final decepcionante, y me fui a dormir.