Ellos y yo #1

       
          Odiaba la forma en que cerraba la puerta con llave. Me hacía sentir encerrado. Si creía que ya no saldría nadie de casa, cerraba con llave, ya fueran las doce de la noche o las siete de la tarde. Tan solo el gesto me enfadaba y me asqueaba a partes iguales. Mi mente lo percibía como una forma de dominación, de tenerlo todo perfectamente controlado. Una cadena que te sujetaba a las normas impuestas; una sutil forma de decirte que ya no debías salir, pues para ello era "demasido tarde". Sé que esto no era así, que no había tal dominación, y que simplemente se trataba de una costumbre, un hábito adquirido a lo largo de los años por un padre de familia un tanto maniático en ocasiones. Pero yo no podía evitar odiarlo. Quizá simplemente por el hecho de no contemplar la posibilidad de un cambio de planes; por ni siquiera valorar la posibilidad de salir de forma improvisada, de flexibilidad, de adaptación, de construcción. De aceptar como bueno lo que no esperas, de dejarte sorprender. Aquello era exactamente lo que yo necesitaba, y el sonido del cerrojo me anclaba en la costumbre y el conformismo.

          Volvieron de dar una vuelta y cerraron la puerta con llave. Apenas se habían ido un par de horas. Sus vueltas no acostumbraban a ser demasiado largas, raramente les encontrarías fuera de casa una vez hubiera anochecido. En el mismo momento en que entraron por la puerta, volví a esconder todos los demonios, mis demonios, que había dejado esparcidos por la casa. Su ausencia no me había traído libertad, pero reconoceré que tener la casa para mí me hacía sentir ligeramente aliviado. Una vez regresaban a casa, volvía a ocultarme en mi cuarto. Volvía a esconder lo que me alegraba y lo que me afligía. No les creía capaces de entender ni lo uno ni lo otro, siempre que se tratase de mí. Me molestaba que me viesen mal y me preguntasen qué me pasaba. Me molestaba que mi padre entrara entonces cada media hora a mi habitación y se me quedara mirando sin decir una palabra, con expresión de pena ficticia, sobreactuando de forma cómica. Sé que tomaban mis problemas como los de un niño, y los desacreditaban. Igual que hacían con mi criterio. Por eso nunca hablaba de nada que tuviera cierta relevancia con ellos, tanto lo bueno como lo malo.

          Oculté mis demonios, recogí los papeles que tenía en el salón y volví a mi cuarto. Fingí estar bien. No fue difícil, simplemente no dije nada y me encerré en mi habitación. Ellos tenían su vida fácil, y yo volvía a mi ocultismo habitual. Un día más.