Nadie escucha

          
          "A dormir bien también se aprende", me dijo un día un Pequeño Monje Shaolín que habitaba en la Rivera del Río Oeste, al pie de la Ladera de la Montaña y el Valle Frondoso. Pero entiendo que eso a vosotros os traiga sin cuidado. Vosotros no mostráis interés por nada. Y a mí, vuestra abulia, me la trae floja.


          Levanté el auricular del teléfono pero no se escuchó nada. Nadie me había llamado. Pero Nadie era mudo. Y no podía hablar. Cuando Nadie llamaba por teléfono se dedicaba a darle pequeños golpecitos al plástico del auricular, tratando así de comunicarse por Morse. Nunca tuvimos certeza de esto, puesto que ninguno de nosotros sabía Morse. Cuando Nadie nos llamaba nosotros le respondíamos golpeando también el teléfono, aunque de forma arbitraria y sin sentido. No quisimos pensarlo nunca, pero era probable que Nadie se enfadara al ver que no seguíamos un discurso lógico, que simplemente le dábamos golpes al teléfono al tun-tún para matar el tiempo mientras él trataba de hablarnos. A mí, personalmente, me hacía gracia. Pero Nadie no se reía. No le dábamos ninguna clase de conversación, por lo que quizá el motivo por el que Nadie no cesara de llamarnos fuese únicamente porque se sentía solo. Igual que nos sentíamos nosotros.

          Cuando Nadie murió todos guardamos silencio. No dijimos ni una sola palabra en su entierro. Tan solo caminamos por encima de la losa con zapatos de claqué. Creímos que él lo entendería.