Sobre eróticas figuras geométricas y la fútil habilidad para engrasar un Tangram


"Dices que no tienes nada que decir y resbalas entre los lados paralelos de La Deidad Triangular".

    Desde la orilla de los prudentes puedo ver, con una fracción de mis ojos, que entre todos tus ángulos tú no llegas a sumar veinte grados, mientras que yo soy capaz de recorrer las trescientas sesenta vueltas de un cielo plagado de estrellas que poco tienen que ver con Dios. Y me mareo en ti, en mí y en el radio de todo lo que, una y otra vez, vuelve a empezar. 
Y una y otra vez vuelve a empezar. 
Y una y otra vez vuelve a empezar. 

    A este lado vivo solo, yo solo. Vivo vagando entre aristas afiladas y palabras cóncavas y mentes convexas. Y tú, en tu propio lado de tu propia orilla de tu propio océano, lejos de mí, encerrada en tu propio silencio sinusoidal, que va y viene sobre la superficie, y va y viene sobre la superficie, y va y se hunde y no vuelve jamás. 
    Hoy, como cualquier otro día de invierno, despertamos potencialmente estúpidos y desorientados para acabar descubriendo a última hora que, después de todo, el camino más corto entre los dos siempre fue una breve apotema, con la que creábamos sin saberlo cuerpos asimétricos de revolución. 

    
    Quédate conmigo donde ninguno de los dos acabemos de encajar; donde no debamos ser, a la fuerza, la suma de nuestros lados opuestos. Quédate conmigo allí donde las suposiciones más acertadas sean un error, y el único resultado exacto para ambos no sea otro más que una larga, profunda... e inabarcable incertidumbre.