Pongamos que hablo de cosas que ni tú ni yo entendemos


Pongamos que hablo del miedo, sobre pasillos oscuros y plagados de sombras de cosas blanditas y con estampados que parecen enormes y que luego depende de si las miras de pie o no y de si te comen o no.

Pongamos que hablo de la incertidumbre, de caminar con una mochila a veces demasiado medio llena y a veces demasiado medio vacía para, después de todo, olvidarnos el paraguas en casa por no ver lluvia tras la ventana por no mirar si había charcos.

Pongamos que hablo de las expectativas, sobre todo aquello que nos prometimos en nuestro idioma, que nos prometieron en otro idioma y sobre lo que creímos entender de interlocutores pseudoparlantes de lenguas ajenas que ni siquiera tenían traducción.

Pongamos que hablo del amor... y que ambos guardamos silencio.

Pongamos que hablo de la amistad pero no tengo dinero y no compro y tampoco vendo y ni me llevan ni me traen sino que me dejan en algún lugar desde donde vuelvo andando.


Pongamos que no hablo.
Pongamos que no sabemos hablar.