Nos robaron la melodía


"Nos robaron la melodía, Pericles", le dije a mi mono parlante.
Él se limitó a mirarme con gesto de decepción, se sacó el clarinete de la boca y lo arrojó con enfado contra el suelo. Era la primera vez que veía a Pericles enfadado. Supongo que realmente aquello le hacía ilusión.

Recuerdo perfectamente tener la melodía al salir de casa, pero por más que la buscase ahora no conseguía encontrarla por ninguna parte. Desandamos todos y cada uno de los pasos de aquella mañana de infructuosas sensaciones, pero no conseguimos dar con aquello que, parecía ya más que obvio, nos había sido sustraído. Así pues,  nos encontramos Pericles y yo ó yo y Pericles, sentados en aquel banco del parque donde se extravían los sueños. Una vez más.
"Os odio... os odio más que a nada en este maldito mundo... ojalá no existierais... ", murmuraba el banco sobre el que estábamos sentados. Aquel día fuimos a parar con uno de los bancos más huraños y solitarios de todo el parque. El mero contacto con cualquiera le irritaba, y le provocaba verdadera sensación de rechazo. Era algo que no podía evitar, y de hecho nunca logró hacerlo. Años después supe que acabaría siendo el primero en ser reciclado; lo desanclaron del suelo y se lo llevaron a un gran taller donde lo despiezaron y lo trituraron. Dicen que a lo largo de todos los años que pasó anclado en el parque unicamente tuvo una palabra bonita... Supongo que aquel día no debió ser fácil para nadie.

Al poco tiempo de estar allí sentados, una chica rubia de grandes pechos se acercó a nosotros y se sentó a nuestro lado. "Me he perdido" dijo ella, con sus largos cabellos al sol y unos ojos enormes de un azul intenso. Creí que, de no andar con cuidado, podría caerme dentro de ellos y ahogarme en aquellas aguas profundas, donde sin duda alguna más de uno ya habría condenado su vida. A la chica le dije que me era imposible ayudarla, ya que nos habían robado la melodía y, sin ella, poco más podíamos hacer que no fuera esperar en aquel banco; a mí mismo me dije que una mujer como ella nunca querría besar a alguien como yo. No obstante, y ante la escasez de opciones, ella decidió sentarse a mi lado y esperar no supimos bien a qué; yo, decidí mantener viva la esperanza del roce de sus labios.



Estuvimos largo rato allí sentados, contando historias sin comienzo ni final. Cuentos que no conducían a ninguna parte, y que no acababan de significar más que un simple desatino para el tiempo. Yo creo que cualquier historia por vacía que parezca siempre posee algo más. Siempre hay algo detrás de cada palabra, detrás de cada detalle. Quizá no logremos entenderlo, y no podamos mas que, día tras día, aguardar en el huraño banco de aquel parque donde se extravían los sueños; aguzar el oído en pos del regreso de nuestra propia melodía; o soñar cada instante en unos labios tan perdidos a sí mismos, como verdugos de nuestra perdición. Quizá todo tenga mucho más sentido de lo que parezca al fin y al cabo.


No recuerdo que Pericles levantara la cabeza ni hablara en todo el tiempo que permanecimos allí, decepcionado.
Su clarinete seguía en el suelo. Supongo que realmente aquello le hacía ilusión.