Cinco años en Oporto (II)

CAPÍTULO 2

Abres los ojos y no puedes evitar el sobresalto al no reconocer el lugar donde estás; has pasado la noche entre sueños que no logras recordar, y extrañamente tienes la sensación de que cada uno de ellos te ha acercado más a casa para devolverte de golpe a aquel hostal. Tu compañero de habitación profiere ruidos incatalogables que te sugieren que ya es la hora de levantarse si quieres desayunar. He de reconocer que el muchacho se portó bastante bien durante toda nuestra estancia allí, y que aunque nunca nos hemos llevado especialmente bien, aquello hizo las veces de una palpable amistad.
Bajas las escaleras después de que tus compañeros hayan aporreado la puerta de tu habitación y entras al comedor; no era una sala excesivamente grande, pero lo cierto es que era muy cómoda y agradable. En el centro de la sala había una mesa redonda con pequeños panes que tenían lonchas de queso para acompañar, bollos con azúcar, y cola cao. En una especie de barra a parte había leche caliente, café, vasos, tazas y cereales; y en las mesas dispuestas para los comensales había monodosis de mantequilla y mermelada. He de reconocer que no soy de buen despertar, y conmigo no se puede tener conversación por la mañana, pero agradezco al compañero que se sentó con nosotros su amabilidad a esas tempranas horas. Ella entró en el comedor mientras yo estaba de pie, y nos saludamos con un "buenos días". Lo peor de aquello fue ver cómo se acercaba a hablar con todos mis compañeros saltándose la mesa en la que me encontraba, mientras yo disimulaba como si no me importase no dirigirme a ella aquella mañana.

Me duché en una resbaladiza bañera, cantando canciones de los mojinos y me vestí para el día que teníamos por delante; no puedo olvidar mencionar las zapatillas húmedas y frías, producto de un largo día anterior de turismo, que me vi obligado a ponerme ya que una noche pegadas a la estufa no fue suficiente para ellas. Esta vez tocaba ir al "Estádio do Dragão" y dar una vueltecilla por allí cerca para pasearnos más tarde por el centro y ver lo que por allí se consideraba más o menos turístico, estando todo esto claro está bañado por nuestra querida lluvia portuense. Siento ser tan poco explícito en mi relato, pero si os soy sincero y a fuerza de que os pueda parecer más o menos "triste" ni siquiera sé cómo se llaman la mitad de los lugares en los que he estado... mea culpa. El caso es que paseamos por los alrededores del estadio y pasamos a comer a un centro comercial que está justo al lado. Chimarrão se llamaba el buffet al que entramos, y en el que nos faltó poco para ser víctimas de una más que placentera "intoxicación cárnica"; todo muy bueno y muy grasiento, muy típico dicen, de Brasil. Para aquellos que no lo hayais probado, hay uno en el centro comercial Xanadú, por si quereis comer como cerdos hasta el punto de no poder respirar.
Después de comer y haber estado reposando debidamente la comida, seguimos nuestro camino por Oporto. Como la lluvia no nos dejaba ver nada que no estuviera a un palmo, tuvimos que refugiarnos en un museo de fotografía, de entrada gratuita, donde pude quitarme los dos pares de calcetines mojados que tenía adheridos a los pies. Lo malo de esto fue que no contaba con que debía volver a ponérmelos minutos más tarde, y la sensación fue la de introducir mis juanetes en una pecera llena de agua fría. Decidimos volver al hostal atravesando los riachuelos de agua que se habían formado en las calles de Oporto. No puedo seguir mi relato sin agradecerte las escasas palabras y frases que me dedicaste en el vestíbulo de aquel museo que no vi, y aprovecho para decirte que si no lo vi, si no me moví de aquel banco para visitar sus galerías, fue porque tú decidiste quedarte allí sentada; porque me obsequiaste con una sonrisa a una de las múltiples payasadas que hice para llamar tu atención, aunque rieras sin mirarme a la cara; la simple idea de tu amistad bien me valía un millón de museos como aquél.

Llegamos al hostal no sin antes hacer una parada por el "Día" de la vuelta de la esquina, en el que compramos embutido y pan para cenar, así como botellas de vino con las que mis compañeros decidieron hacer botellón. No es algo que me disguste lo de hacer botellón, aunque debo confesar que yo no bebo porque no me llama la atención y el vino ni siquiera me gusta; me alegro de no haberlo hecho porque la noche con dos tragos de más habría sido peor de lo que me habría cabido esperar.
Pasamos el resto de la noche jugando a las cartas, como no; tú estabas muy animada y no hacías más que reir y hacer bromas con todos los que estaban allí, menos con uno. Diste muchos abrazos a aquel amigo tuyo que estuvo a tu lado cuando rompimos, y te dejaste querer por algún otro que te ofreció su sitio para que te tumbases, aunque hubieras rechazado mi ofrecimiento primero. Esto lo voy a contar porque me dolió bastante y, como es mi blog, descargo mi frustración en él. Yo estaba sentado a tu lado mientras tú decías que te dolía la espalda -normal, llevábamos allí ya tres horas jugando al puto juego de las cartas del que yo estaba hasta las pelotas- así que te dije que si querías tumbarte y apoyar tu cabeza en mi pierna; dijiste que no, y rechazaste además tumbarte sin apoyar la cabeza; después de año y medio juntos, aquello era lo mínimo que podía ofrecerte. En esto que yo estaba meándome, pero había otro chico del que apostaba medio brazo me mangaría el puesto si me movía, así que aguanté estoicamente como un machote. No recuerdo cómo fue pero se me debió escapar que me meaba y el chaval que coincidía con el bruto del grupo me levantó literalmente de mi asiento para dejarme en la puerta del váter. Cuando volví había otro tio donde debía estar yo, y tú parecías no tener tanto reparo en apoyar tu cabeza sobre su rodilla. En esos momento a uno y a su buena fé se le queda cara de gilipollas, así que cogí el papel higiénico y me dispuse a irme a cagar a otra habitación aunque no tenía ganas. Era una escusa barata para poder enviar un sms a quien más echaba de menos, aunque me salió mal porque me dejé el movil en la habitación de los horrores de donde acababa de salir. Como ya estaba dispuesto, defequé en aquel lugar y he de decir que me quedé bastante satisfecho con mi acto, ya que mis últimas visiones habían conseguido reactivar mi maltrecho flujo intestinal. Cuando volví a la habitación aproveché la primera distracción del chico para regresar a mi sitio, y poco después se acabó la "fiesta" y cada uno se acostó en su cuarto.
Hubo un chaval que se acercó a mi y estuvo hablando conmigo; él es otro de los compañeros de piso de ella, y le agradezco enormemente el gesto que tuvo conmigo. Me dijo que "se me veía en la carita" todo lo que estaba pasando, y me brindó la ocasión de desahogarme de todo lo que llevaba dentro. Una de esas personas que están allí para todos, y que luego se quedan solas al no encontrar a nadie que esté allí para ellos; prometo desde aquí intentar no olvidarte.
Antes de acostarnos estuvimos hablando con unas chicas y un chico de un par de habitaciones más allá. Ellas no podían abrir una botella de vino porque no tenían sacacorchos y el lumbreras de mi compañero las dijo que podía abrir una botella con una zapatilla, que lo había visto en youtube. Los inquilinos del hostal se quejaron porque eran las 12 de la noche y estábamos hablando en el pasillo, y muy a pesar de mi amigo y sus ansias de mojar, cada uno se fue a su habitación. La noche anterior pasamos algo de frío aún a pesar del aire acondicionado, así que nos prometimos que esa noche dormiríamos con estufa; dicho y hecho ya que la mangamos de la habitación de unos colegas. Fuera lo que fuese, nos hicimos la ilusión de que el hostal era mágico y que concedía deseos a sus huéspedes. El deseo de esa noche lo pidió mi amigo, y era el tener a un par de borrachas en la habitación, como disfrute de su testosterona.
Sin más cerré los ojos y pedí al dios del tiempo que se apiadase de mí e hiciese correr más rápido las manecillas de mi reloj, de aquellos días eternos que me tocaban vivir.