Cinco años en Oporto (III)

CAPÍTULO 3

Una noche más despiertas atropelladamente envuelto en sueños premonitorios; sigues sin reconocer la habitación donde te encuentras, quizá movido por tu deseo de volver a casa, mientras los ronquidos de tu compañero te devuelven a aquel hostal portuense. Unos golpes en la puerta indican que ya es hora de bajar a desayunar, y enfundado en unos vaqueros roídos y un forro muy característico de tu persona, te dispones a bajar al comedor acompañado de la mala leche que te persigue por las mañanas.

Lo cierto es que era tarde, y cuando bajé ella ya no estaba allí. Me senté corriendo en la esquina de una mesa donde estaban mis compañeros y cogí lo mismo que había desayunado el día anterior (aunque lo cierto es que no había más para elegir). El caprichoso destino hizo que mientras yo iba a sentarme acompañado de mi vaso de leche con pseudo-colacao, mi amigo diese un giro inesperado de hombro y la leche se derramase por toda la mesa y la silla donde iba a aposentar mi culo, bañando además a uno de mis colegas. Me disculpé como pude, y la mujer de la limpieza del hotel se encargó de reprenderme mentalmente dedicándome una cara de incipiente sentido del asesinato. Desde aquí le pido perdón a la mujer, ya que además de llenarle la silla de leche, he de reconocer que bajamos muy tarde a desayunar y seguramente la hicimos quedarse allí más tiempo del debido. Aún con todo esto, me senté en otra silla y terminé de desayunar, al tiempo que mi compañero de habitación iba a saludar a sus dos nuevas amigas a estrenar (las dos chicas de la botella de la noche anterior).

Esa mañana no me duché como a mi especie porcina caracteriza, y acompañé a un amigo a hacer un recadillo por la ciudad, yendo de un lado a otro preguntando a los lugareños por un cibercafé. Dimos un millón de vueltas por un centro comercial durante más de 20 minutos, llevados por las señas de una chica portuguesa muy maja a la que no entendimos, hasta descubrir que nos había guiado a un puestecillo diez metros más allá de dónde ella trabajaba. La preguntamos por un cibercafé, y se nos quedó cara de tontos al pasar a la cafetería donde nos había llevado. Mi amigo y yo nos miramos, y caímos en la cuenta de que la chica no sabía lo que era un cibercafé y nos había guiado hasta un "café" a secas. Hay veces en que en las cosas más tontas descubres un mundo en lo que pensar; aquella chica y su manera de actuar fue algo que me traje de Oporto y de lo que ya os hablaré, aclarando a todas aquellas mentes débiles qué es lo que se oculta detrás de este gesto.
Volvimos al hostal justo a tiempo para salir con todos hacia las orillas del rio Duero. Esta es la parte donde hago propaganda de la ciudad, ya que sí que os puedo decir que toda aquella parte de Oporto es preciosa, y el puente de Eiffel una parada imprescindible a todo el que haya pasado cerca de la ciudad lusa. Pasamos a una iglesia enorme y bajamos por una callejuelas empinadas y llenas de gatos. Recuerdo aquella iglesia con cariño, ya que fue donde mantuvimos nuestra primera conversación del viaje; apenas un par de frases tuyas bastaron para alegrarme la mañana.
Comimos en una especie de restaurante-burguer, muy económico pero poco turístico. Nos volvimos a cruzar un par de veces con las dos chicas y el chico de la noche anterior, que aparecerían de forma intermitente durante todo el resto del día, muy a pesar de muchos de nuestros compañeros/as, a los que no les caían en gracia. Callejeamos lo que no está escrito por cuestas y callejuelas para visitar la bodeda "The Croft", donde nos dejaron degustar un vino muy aclamado por todos los que allí estaban, pero que para alguien a quien no le gusta el vino como a mí, no fue más que una copa de un licor dulzón. Cansados de viajes volvimos a nuestro hostal y a nuestra rutina nocturna.

No es que aquella noche me gustara, y eso después de haber cenado pizza en un restaurante italiano, es que creo que no fue tal "mala" como el resto de noches que allí pasamos. Hicimos la quedada en mi habitación, ya que era la más grande y tenía tres camas, pero apenas duró 30 minutos, ya que hubo gente que se fue en seguida y gente que ni siquiera apareció. Yo sentí que era por mi compañero, que no despertaba la simpatía y el agrado de muchos de los que estaban allí, y bien me pareció que no era como para poner pies en polvorosa aunque sólo fuese por pasar un rato todos juntos. Mencionaré que la actitud de muchos me disgustó esa noche, y la de otros cuantos, me dejó mucho que desear.
Cuando la fiesta había acabado, mi frustrado compañero salió en busca de sus dos chicas para llevar a cabo la proeza que había prometido la noche anterior de abrir una botella de vino con una zapatilla. No sé si fue malo o bueno que el corcho saliera de la botella de vino barato portuense, pero lo cierto es que consiguió abrila a leches, e invitó a las chicas y al chico a jugar a las cartas a nuestra vacía habitación esa noche, ya que sólo quedábamos él, otro amigo nuestro y yo. Vinieron los tres, y yo estuve un rato jugando con ellos aunque ni mi estado de ánimo ni mi cabeza estaban allí con esa gente. Tú y unos cuantos más os habíais quedado jugando en la habitación de al lado, porque decíais que no teníais ganas de estar con aquellos huéspedes, que habíais ido allí a pasarlo bien con vuestros amigos, y que no os apetecía estar con nadie más. Un pensamiento un poco cerrado, pero lícito en cuanto a contenido. Yo fuí y vine un par de veces de habitación en habitación, ya que no quería que mis dos colegas sintiesen que les había dejado solos. Esa noche me importaba todo bastante poco; simplemente me sentía mejor conmigo mismo por las pocas frases que me habías brindado, y por una pequeña conversación íntima que tuvimos, aunque no fuese nada alentadora. Había hablado contigo para luego perder el norte, y mandar a la mierda a un mundo en el que me tocaba vivir sí o sí, al menos claro está, hasta que pudiese volver a casa y refugiarme allá donde no pudieseis verme.
Quedé bastante mal con las chicas que todo hay que decirlo, se fueron en seguida, ya que ni siquiera me despedí de ellas, y eso teniendo en cuenta que no eran mala gente. Me dediqué a pasearme y correr por los pasillos haciendo el idiota, en un despreocupado intento de quemar mi estrés, para caer de nuevo en la cama escuchando cómo mi amigo no entendía por qué no se habrían quedado más aquellas muchachas. Se había cumplido su deseo, había tenido dos chicas pseudo-borrachas en la habitación aquella noche, tan sólo que lo había expresado mal. Fuera lo que fuese, los deseos se cumplían, en mayor o menor medida, lo que hizo de aquel hostal algo sobrenatural a partir de ese momento.
Mi compañero sabía de mi aflicción contigo, así que me dejó a mí pedir el siguiente deseo; recuerdo mis palabras textuales; deseé un abrazo tuyo, una amistad renovada entre tú y yo. Tú fuiste mi deseo aquella noche, y aunque la luz estaba apagada y la oscuridad lo envolvía todo, permaneciste delante de aquel velo negro clavada en mi mente, hasta que logré perder la conciencia.