Peluca pa tu cara


Porque con esos rizos siempre pensé que vivirías con una familia de osos... ¡coño! cómo quema la sopa...

En un bosque de la china, una chinita se perdió; como yo andaba perdido nos encontramos los dos. "Perdona, ¿tienes chicles?", le pregunté; "sí, clalo, clalo"; contestó mientras me extendía su mano con un puñado de chicles de fresa duros como piedras magmáticas.

Pasé de la china y continué andando por el bosque, cuando de repente divisé a lo lejos una piscina olímpica. Una chica rubia de figura estilizada estaba a punto de lanzarse desde un enorme trampolín. Me quedé al borde de la piscina esperando a contemplar tan maravilloso salto, el cual me dejaría boquiabierto sin lugar a dudas. Ella cayó al agua tras realizar un salto perfecto con un doble mortal hacia atrás, un tirabuzón hacia delante, un doble looping, un bocadillo de panceta y una lata de aquarius.
Cuando pude recobrar el conocimiento tras aquel espectáculo visual, ella salió del agua al parecer completamente desnuda, y me dijo: "hola, soy Alicia, ¿quieres ver mi país de las maravillas?", a lo que yo respondí "no hay nada que le haga más ilusión a mi solitario pasaporte...".
Ella acercó sus labios a los míos y...

...Y desperté en un bar rodeado de cuatro gitanos rumanos que me urgaban ávidamente en los bolsillos. "¡Me cagon la hostia!" grité revolviéndome y pataleando en aquella sucia mesa en la que había pasado las últimas horas. "Tienes que pagarr la copa, ¿ah?" espetó el camarero de largo y grasiento pelo negro, que iba vestido con una camisa negra abierta dejando ver su pecho lleno de vello pardusco; por si esto fuera poco, en uno de los pectorales llevaba un tatuaje en el que rezaba la palabra... "putón".
Pagué mi triste botella de vodka, y decidí salir cuanto antes de aquel antro.

En la calle hacía un frío de muerte; todo estaba oscuro dado a que estaba bien entrada ya la noche, y me hallaba a las afueras de mi ciudad, muy lejos de mi casa.
Comencé a caminar por las desiertas calles, maldiciendo mi mala fortuna. Por culpa de la mujer del vestido rojo había acabado de esta forma. Recuerdo sus palabras perfectamente; recuerdo aquella sarta de mentiras y malas intenciones que escondía detrás de aquellos ojos intensamente azules. No iba a ver a su abuelita; no llevaba miel en la cestita; y por supuesto, no era de un lobo de lo que se estaba escondiendo.
Me detuve en un banco cerca de un parque y comencé a llorar.

"No tengo otra cosa para que te seques las lágrimas, espero que con esto te sirva"
Alcé la vista; una chica se había sentado a mi lado en el parque, y me ofrecía una peluca de rizos a lo afro para que me secara las lágrimas. "¿Vamos, a qué esperas?""Coge la peluca, es para tus lágrimas; pa tu cara".
Apenas podía distinguir sus ojos en la oscuridad, pero había algo en ella que me hizo confiar en su amable gesto desinteresado. Sequé mis lágrimas con la peluca, y se la devolví. Ella sacó un paquete de pan bimbo, y me ofreció una rebanada de aquel tierno pan blanco sin corteza.
Estuvimos toda la noche hablando.

El sonido del despertador se me clavó en la cabeza. Miré a mi lado, pero ella ya no estaba en la cama conmigo; se había ido.
Me duché, me vestí apresuradamente, y bajé corriendo a coger el autobús. Pero como todas las mañanas, éste se marchaba justo delante de mis ojos, para saludarme una vez más con su horrible traqueteo burlón dejándome en tierra. Caminé hasta la parada, y vi una silueta con un peinado a lo afro sentada en el banco de la marquesina.

"Hola" dije, situándome a su lado; "¿quieres un chicle? pero ten cuidado; están duros como piedras".