Blanditos, peludos y suaves

Estreno mi apartado de "actualidad" con una noticia que me llamó poderosamente la atención, publicada en el diario gratuito 20 minutos el pasado viernes 3 de septiembre. Es muy cortita, así que la citaré entera y textualmente:
"Cae en Cantabria el "ladrón de peluches"
La guardia civil ha detenido en Camargo (Cantabria) al "ladrón de peluches", al que se buscaba desde julio. Está acusado de forzar 54 coches en varias localidades cántabras y robar los peluches que los adornaban"
Sé lo que estáis pensando; pensáis que ese hombre es ridículo. Pensáis que es un pirado cualquiera que abría los vehículos ajenos y se llevaba los peluches decorativos para guardarlos celósamente en su cuarto, y organizar repipis reuniones de té a escondidas de sus papás, disponiéndolos todos ellos alrededor de una mesa redonda mientras simulaba compartir los últimos cotilleos de la semana con ellos. Pues estáis muy equivocados; ese hombre es tan sólo una víctima.
Habéis leído bien, ese hombre es una víctima, es el producto de todas esas máquinas recreativas de ganchos con peluches dentro, que te incitan a introducir un euro haciéndote creer que, con un poco de maña, podrás sacar de esa horrible jaula de metacrilato a tu osito preferido. Nada más lejos de la realidad, ya que las enormes y afiladas pinzas que te obligan a utilizar para alcanzar tan codiciado objeto carecen de fuerza, y abrazan una y otra vez a tu osito de forma inerte, sin apenas llegar a levantarlo un sólo milímetro del suelo. Ese hombre lo ha sufrido una y otra vez; ha sido estafado durante demasiados años, sufriendo por no poder conseguir esos adorables objetos suaves y blanditos. Por eso el ladrón tuvo que robar todos aquellos peluches, llevado por el dolor y el resentimiento que le provocaron estas máquinas recreativas. Debía liberar aquellos peluches de su opresión, fuera cual fuera el lugar en el que se vieran atrapados.

Una vez expuesta mi opinión, tan sólo me queda pediros un minuto de silencio por todos aquellos peluches que, con ventosas en las manos o sin ellas, lloran día a día acinados detrás de un cristal, ya sea dentro de estas máquinas o cogiendo polvo en algún coche, esperando paciéntemente que a alguien que sea capaz de liberarlos de aquella mezquina prisión, y darles el cariño que ellos tanto anhelan.
Va por vosotros, peluchetes.