Pasé al desierto vagón de metro y me senté. No estaba solo. Sentado a mi lado estaba yo mismo. El tren comenzó a moverse, y el silencio que habíamos mantenido los dos durante un largo tiempo se rompió.
Me observó, mientras yo mantenía la mirada perdida. Entonces se recostó en el asiento, miró al frente y dijo:

-Eres gilipollas, ¿lo sabías?
-Lo sé.- Dije en un suspiro, con mi mirada clavada en ninguna parte.
-¿Entonces qué demonios has estado haciendo?
-Cada uno de sus besos me arden en las mejillas reduciéndome a cenizas; su mirada, el cruce con sus ojos me desnuda, y tengo frío; sus manos... el contacto con su piel me corta como cuchillas, y sangro. Pero antes que una vida sin ella, prefiero morir lentamente a su lado.
-¿Morir solo?
-...

Entonces giro mi rostro lentamente y me miro. Pero no consigo ver nada; mis ojos están anegados en lágrimas.