Pensamientos de antes de morir

"No me puedo creer lo que estás haciendo" me dijo aquella chica estúpida con su estúpida mirada recriminatoria y sus estúpidos brazos en jarras. "Bah" pensé, y dejé de hacer lo que estaba haciendo. Abrí la ventana y me fui. Al llegar a ninguna parte, me di cuenta de que aún tenía los pantalones bajados... vaya.

Llegué a una pequeña casita de caramelo de muchos colores, olores y sabores diferentes. Una vieja fea, arrugada y apestosa me animaba a pasar, bombardeando mis sentidos con un cubo lleno de caramelos y gominolas de sabor cola. "Tengo más, muchos más dentro" me dijo arrugando su morro y desdibujando una sonrisa siniestra. Pasé a su casa, pero dentro no había cubos llenos de gominolas, sino cubos llenos de cabezas de pescado. La vieja se sentó en la mesa y comenzó a comerse las cabezas de pescado. Una tras otra, sin apenas respirar. Su boca comenzó a llenarse y llenarse y llenarse, hasta el punto en que pensé que iba a explotar y que, con ello, el mundo entero se cubriría de restos asquerosos de cabezas de pescado. Poco después, la vieja comenzó a vomitar arcoiris. Era una mezcla entre bello y escalofriante y angustioso y dulce. Una vez hubo terminado de vomitar, la vieja dejó de ser vieja y pasó a ser una bella mujer de curvas infartantes. "Cómeme" me dijo aquella hermosa mujer, de voluptuosos pechos. He de reconocer que dudé durante unos segundos, pero el olor a cabezas de pescado de su aliento me hizo, definitivamente, huír despavorido de aquel lugar.

Salí a la calle y hacía frío; mucho frío. Hacía tanto frío que se me congeló el corazón y dejó de latir. Entonces ella se acercó a mí y me dijo que me amaba, pero yo no supe responderle. Hacía tanto frío que mis extremidades se congelaron. Entonces ella se acercó a mí y me abrazó, pero yo no pude abrazarle. Hacía tanto frío que se me congelaron los ojos. Entonces ella se marchó, y yo no pude derramar ni una sola lágrima. En aquel instante, supe que había muerto.

Desperté en cama ajena. Solo.
Me desembaracé de las sábanas y me puse en pie.
[...]
Me percaté de una presencia estúpida a mi espalda.