Desperté en mi cama, y estaba solo.
Era el día de San Valentín, pero nadie se hacía regalos amorosos ni se decía "te quiero". Todo el mundo consideraba que San Valentín era una patraña y una estafa. Todas las parejas del mundo se habían separado y se habían ido cada uno a un rincón opuesto del planeta, obstinados en mostrar su desprecio a la festividad. Aclamaban que los detalles había que tenerlos todos los días, y que el amor debía demostrarse a diario, y no una vez al año. A todos se les llenaba la boca, pero nadie lo cumplía. Quizá porque un ideal de amor y detalles diarios no es otra cosa que una utopía.
A mi manera de ver, el mundo no gira de continuo. Todo funciona a empujones, todo necesita un pequeño impulso que lo haga comenzar a andar o, simplemente, seguir girando. Y San Valentín no es otra cosa que una excusa para esto. Una excusa para expresar todo lo que no nos atrevemos a decir o a hacer día a día, una excusa para dedicarle a aquéllos a los que queremos un simple minuto más de nuestra vida, ya sea a quienes tenemos cerca, o a quienes están lejos.
Únicamente una excusa para volver a mirarnos a los ojos una vez más.
Y allí me quedé, contemplando cómo se marchitaban las rosas en las floristerías, y se derretía el chocolate de los bombones de caja roja.
Y me sentí solo.
Imagen "Rosa" por Domingoaleman.es