Historias ajenas a la noción del tiempo
La pantalla de este ordenador tiene el brillo muy alto.
Pericles vino a verme mientras estaba tumbado en el sofá. Me trajo una refrescante bebida de cola. "Lárgate, mono estúpido", espeté. No tenía un buen día. Yo quería macarrones para comer, pero en vez de eso, sólo había espaguetis. Odio los espaguetis. Son alargados, insípidos, y te dejan mal sabor de boca. Por eso la gente les echa mucho tomate, para no saborearlos. Para tragarlos lo antes posible y que desaparezcan. Cualquier día esos estúpidos les echarán tanto tomate que hasta ellos mismos se ahogarán en él.
Permanecí en silencio tumbado en el sofá de cuero blanco. Lo cierto es que aquel maldito sofá era demasiado cómodo como para desear seguir viviendo en un mundo alejado de su superficie. De alguna forma, mientras calmaba mi respiración y mi mente se sumergía en el sueño, sabía que iba a morir allí.
Ella, de nombre "Ertyhbjiughgyhiujth", se encontraba muy lejos, en alguna vieja sabana perdida de una galaxia muy lejana, gritando a pleno pulmón mi nombre mientras se escondía entre unos densos hierbajos, presa del terror y la angustia. Yo, apuesto aventurero, corría por la selva para salvar a mi amada de los peligros de la naturaleza oscura. Junto a mí, mi fiel compañero simio, corría a mi lado machete en mano, abriéndose paso entre la maleza.
Desperté. Pericles me miraba con expresión ambigua. "Me has despertado, ¿sabes?" le dije, a lo que él me respondió acertadamente "da igual, tu sueño era una mierda". Lo peor de los monos parlantes es que siempre tienen razón.
Una vez tuve un mono parlante en una vida anterior. Se llamaba Pericles y mordía zapatillas de estar por casa. Era genial, a todo el mundo le gustaba. Todo era estupendo hasta que apareció Morgan Freeman, lo convirtió en un niño gordo con tetas, y le tuve que matar. Pero no sólo le maté a él, sino a las mujeres y los niños también. Luego cogí sus cadáveres, los trituré, y monté un negocio de venta de kebaps. Y no os creáis, no me fue mal. El negocio fue próspero hasta que la maquinilladecortarelpeloadaptadaparalacarne se me estropeó, y no pude volver a hacer un durum. Aquello significó el final de mi carrera como tunecino. Además, había matado a todo el mundo que me rodeaba, por lo que me encontré solo.
Me alegré de no vivir en aquella vida paralela. Al menos, en esta, podía morir en el maldito sofá de cuero blanco.