El cielo caerá sobre nuestras cabezas


      - ¿Cuál es el plan ahora? -le pregunté mientras mirábamos la lluvia tras los ventanales.

Fuera, diluviaba. 
El cielo estaba completamente cubierto por unas nubles oscuras, tan densas que daba la impresión de ser una especie de telón plomizo, una enorme cubierta de acero que nos impediría por siempre volver a ver la luz del sol. En la acequia, atado en uno de los extremos con una fina cuerda, un pequeño barco de madera que nosotros mismos habíamos construído. Un barco de juguete que, aún sin acabar, presumía de nuestra dedicación y trabajo. 
No acostumbrábamos a dejarlo fuera mientras llovía. Únicamente nos gustaba verlo navegar con la pequeña corriente que en ocasiones se formaba en la acequia; nos daba la impresión de que podría cruzar el mar, impertérrito, hasta el mismísimo Fin del Mundo. 

Aquel día el diluvio apareció sin avisar, y apenas tuvimos tiempo de cruzar la calle corriendo y llegar a refugiarnos a casa. La lluvia formó grandes canales de agua. El barco era arrastrado por la corriente y golpeaba violentamente contra la acera. De cada golpe, la madera de su casco se astillaba y se partía, al igual que los detalles de su cubierta. De haber salido a por él, habríamos enfermado con seguridad de una pulmonía. 

          -Siempre hay un plan -respondió sin dejar de mirar por la ventana- Siempre hay un plan; si no para ganar, al menos, para no perder.

Entonces no comprendí sus palabras. Creí que solo existían los vencedores y los derrotados. En aquella ocasión mientras las aguas arrastraban nuestro barco, al menos para mí, nosotros habíamos perdido. 

          -Sígueme -dijo apartándose de la ventana y caminando apresuradamente hacia las escaleras. 

Yo me quedé unos instantes más mirando aquel cielo metálico. Temía que, de un momento a otro, cayese sobre nuestras cabezas.